En honor a la verdad, no puedo presumir de una cabellera frondosa, sin
embargo, es aun lo suficientemente negra y útil para, cuando por alguna razón soy
tomado de referencia, seguir siendo señalado como “el muchacho que esta allá”,
no el calvo, no el canoso, no el señor, no el gordo, ni el flaco. Ayer casualmente escuche esto en la fila de la
caja de un supermercado mientras una muchacha en sus veinte me señalaba. Tengo
41 años cumplidos este mayo, y hasta el día de hoy me había sentido un niño.
Luego de aquel piropo dominical el
lunes debería pintar bien, sin embargo, vengo de leer una noticia que me ha
despertado de mi engaño. En el año 1991, mi padre tenía apenas 4 años más de
los que hoy tengo yo. Mientras yo hoy me paseo en mi carrito nuevo, con mis
hijas y mi esposa, mi padre, casi con mi edad, andaba en una bicicleta china
por las calles de la Habana y mi madre de vez en cuando me decía afligida: Ay
papito, tu papa ya no está para eso, el pobre. Hoy leo en un medio de prensa
que a mis 41 años el gobierno de Cuba, mi país de origen, anuncia que hay que
retomar las bicicletas pues, como hace 22 años (no jodan ¿de verdad?) los
problemas de transporte son críticos. Me pongo a pensar, coño, los socios de mi
papa, cuando tenían mi edad hoy andaban en bici, y hoy, otra vez en bici, pero
ahora con 67 años. Que cruz!!!!
Desde acá afuera uno se mete en su
mundo, en sus planes, en sus sueños, y en sus logros, y la nostalgia, o
sencillamente, la roña que causa que los gobernantes cubanos se salgan con la
suya, nos hace sentir que llevamos una cruz a cuestas, la cruz de la
impotencia, la cruz de la tristeza y muchos no podemos desligarnos de ella, en
fin, cada cual con la suya. Pero, ¿y los socios de mi padre, hoy con 67, otra
vez con bicicleta? Nosotros llevamos cruces sobre nuestros hombros, pero ya no
bicicletas bajo nuestras nalgas. Los años pasan, mis jóvenes 41 años se
convirtieron en sesentas para aquellos que no pudieron escapar, y desde acá
cada día veo con más tristeza como quienes solo cargan una cruz, y no digo que
no pese, apuntan a los que cargan además una bicicleta, con achaques, sin
catalina, con artritis y ponchada, porque son ellos; dicen, hoy los responsables
indirectos de sus males, y ellos deben quitárselos de arriba, total, nosotros acá
nada más cargamos con el pasado, ellos allá con su presente. Pareciera que la
cruz que cargamos no es lo suficientemente pesada para equiparar el peso de una
bicicleta, de un caldero vacío, de una medicina en falta. Si en la diáspora sufrimos
el presente de Cuba, sin vivirlo, si en el exilio se nos machaca el hígado con
una noticia de la isla, sin comerla, si nosotros vemos con desespero que el
tiempo pasa y tememos no ver a una cuba libre ¿Cómo se sentirán aquellos que
adentro, hoy, otra vez, pero 20 años más viejos, volverán a subirse a la vieja
bicicleta?
El problema cubano es de todos los
cubanos, y no se me ocurriría nunca señalar con el dedo a quienes sufren, a
diferencia nuestra, de la Cuba por dentro, porque lo único que nos diferencia de ellos es la bicicleta,
lo único!