Foto tomada de Internet. |
Desde que llegue a Costa
Rica he cambiado mucho, cuando estaba en Cuba, cada pantalón en mi guardarropa
era prácticamente un regalo, mi carrera universitaria una prolongación del
preuniversitario, un acto rutinario, mi operación de una hernia inguinal un
trámite doloroso, mi casa una herencia, vivía sin planes salvo el de huir y sin
logros personales salvo el de haber "seguido tirando". Hoy en cambio,
todo lo que tengo, desde el par de zapatos hasta la cuenta en el banco (no muy
inflada por cierto), pasando por cada juguete que le compro a mis hijas, lo veo
como el fruto de mi esfuerzo y trabajo, como la realización de algún sueño, muy
diferente a como veía mis “propiedades” en mi tierra natal. Hoy me deleito
planeando con mi esposa el futuro de nuestras nenas. Vamos a ponerlas en
natación, en piano, en Valet; cuando cumplan los dos años vamos a meterlas en
una guardería bilingüe, aunque sea medio tiempo para que no estén mucho
separadas de su madre, para que aprendan desde chicas inglés, y hasta hemos
empezado a ahorrar para sus estudios y sus futuros. Sabemos que nos costara
mucho sudor, y nos fajaremos contra todo para lograr nuestros planes, para
nuestras hijas, para nosotros, y luego para cuidar todos esos logros hasta con
los dientes. Por si fuera poco, otro día me sorprendí gritando a todo pulmón
mientras brincaba en la sala de mi casa: GOOOOOOL!!! Cuando la selección de
Costa Rica le hacía una anotación a la de Guatemala en un pre mundial, o a USA,
o a México en el “astecazo”. Carajo, ya soy tico, ya soy de aquí, ya
pertenezco, al fin, a algún lugar, tuve que salir de mi tierra para sentir eso.
En Cuba no tenía ni metas,
ni sueños, ni logros, y para colmo, ni siquiera sentía pertenecer a nada, un
jonrón de Kindelán frente al equipo de Taipéi, Japón o USA, más que un grito de
alegría significaba para mí una mordida a escondidas en la lengua, y a veces me
era simplemente indiferente. Ni las calles de mi barrio eran mías. Entonces
¿Para qué me iba a meter en líos yo por cosas que no tenía, o por un sitio en
el que me sentía extranjero? Yo creo que aparte del miedo y la desesperanza de
los cubanos, una forma de explicar su apatía esta en lo poco que logran, en que
no tienen nada, no hay nada que defender, en que saben que no lograran nada
ahí, entonces, para que soñar, por qué fajarse; está también en que los que no
comulgamos, y hasta los que sí, llegamos a sentirnos extraños dentro de nuestro
entorno, nada es nuestro, nada se debe a nosotros.
Por eso, entre otras cosas,
estoy de acuerdo con que les ayudemos a levantar negocitos a los nuestros allá,
que le demos el empujón inicial sin pensar en que tanto irá a parar a las arcas
castristas, para que los trabajen y luego les den frutos. Tengo la esperanza de
que cuando los cubanos empiecen a tener lo que con su trabajo se ganaron,
cambiarán la percepción de cada cosa que los rodea, empezarán a defender más lo
logrado al tener algo realmente suyo, y cambien como lo hice yo cuando tuve lo
mío. Quizás lleguen a ser menos apáticos, mas ciudadanos, creo que esto será
ganancia para Cuba y su libertad. Es la apatía el problema que tenemos que
atacar por sobre todos los demás hoy, porque son ellos quienes pueden mover el
muro. A fin de cuentas, en una guerra, cuando los soldados están frente a
frente volándose balazos y cuchillazos, no importan principios ni dignidad, y
todo se reduce al más vulgar instinto de supervivencia: Me fajo contigo,
cabrón, y como una fiera que hasta valiente y comprometido parezco, para que no
me quites lo que tengo: la vida. Todas las epopeyas alrededor de esa fajazón
entre dos cabos son eso: epopeyas.
Tal
vez mi incapacidad para explicarme lo que percibo, a lo mejor mi desespero por
ver algún cambio me lleven a estos ejercicios mentales que posiblemente se
salgan de la lógica y el sentido común, pero el espejito de mi cuarto sigue sin
desmentirme hasta hoy.