Tostones rellenos con picadillo a la habanera, pan cubano, “pisa”
cubana, “sangüichi” cubano, pan con “bisté”.
Estos entre tantos otros son ofertas en cualquier supermercado miamense. Iba en
el carro con un familiar hace unos cinco años cuando visité aquella bella
cuidad y le comentaba lo lindo que se veía todo, cálido, colorido y me respondió:
Evelito, así mismo estaría Cuba de no ser por la mierda aquella. Yo confieso
que no sé si es verdad que así mismo estaría Cuba, pero de lo que si no tengo
dudas es que para muchos cubanos, en efecto, Miami es “su Cuba”. Miami ha
terminado por convertirse en ese pedacito de tierra que les arrancamos a los
americanos, y a los comunistas, y que demuestra lo que podemos hacer en
libertad los cubanos. Miami es para muchos de sus habitantes el último reducto
de Cuba libre, la vitrina que muestra a su isla sin fideles y raules. Ahí, en
esa tierra arenosa y con canales, colindan la vieja música cubana, y la nueva música
norteamericana. Ahí se celebra “zanksgivin” pavo, “congrí”, yuca con mojo y
aguacate, y hasta puerco asado. Miami es el único lugar del mundo donde cada 20
de mayo hay fiesta, allí el seis de enero sigue siendo el día de reyes y es donde
único se sabe, hoy por hoy, por qué Songo le dio a Borondongo.
Pero, algo está pasando en aquel pedacito de tierra que yace
como halada por alguna fuerza mágica y se sale de la masa continental de Norteamérica apuntando
al sur. Muchos de los que hoy se pasean por sus impecables calles y avenidas
vivieron en carne propia la tortura y el estigma del castrismo, fueron, no
pocos, vapuleados por vecinos y amigos de antaño, expulsados de la tierra que
los vio nacer por un grupo de secuestradores del bien y el mal. Miami es, como
ninguna otra cuidad en el mundo, el lugar donde se concentra el mayor número víctimas
directas del comunismo latinoamericano. Sin embargo, esa gente ve hoy como el
patio se les llena de comunistas, algo impensable hace unos 10 años. Gente como
Pablo Milanés, entre otros abanderados históricos de la tiranía, dan conciertos
en la mismísima calle 8 y hasta se dan su saltito a la Ermita de la Caridad
donde tanta misa se ha dado por las victimas del sistema al que el morenito del
“espendrú” por tantos años alabó. Es del carajo caballeros, porque no es fácil,
después de que lograste escapar, ver a los mismos victimarios invadirte otra
vez. Razones no faltan para los gritos, para la incomodidad, para el
descontento. Hay que decirlo a calzón quita’o: El castrismo ha separado
familias, ha matado gente, y creado mucho dolor en Cuba y ese dolor esta en
Miami también y cualquier reacción ante esta invasión se queda corta.